Escandinavia. Capítulo 02: El mito del latinlover

Qué gran falacia de la que he usufructuado y, paradójicamente, he combatido durante mis años en Escandinavia. Esa idea de que el hombre latino es apasionado, calentón, viril y romántico. Un amante incombustible, un bailarín sin comparación, una máquina de culear y un poeta. ¡Tanta mentira junta, por Dios!
Siempre me ha gustado ironizar sobre mis proezas amatorias y mi naturaleza salvaje. “Latino, tú sabes,” le decía a los gringos, al tiempo que flirteaba con las gringas. Pero detrás de esa muralla de confianza ocultaba una timidez a veces paralizante, un gran terror al sexo opuesto y una inseguridad trepidante. Ser un latinlover no era mi condición, sino una mera aspiración, una meta. Una imagen que trataba de proyectar y que, para mi sorpresa, parecía funcionar, como una especie de profecía autocumplida.
“¿Y qué tal fue tomar el rol de un latinlover?” me querrás preguntar, hombrecillo. Siete años y decenas de mujeres de todo el mundo después, te puedo decir, sin dudas, que fue una puta mierda. No valió la pena. Claro, fortaleció mi débil ego masculino por un rato y de vez en cuándo, como muy mala costumbre y muestra innegable de mi debilidad, saco el tema a relucir. Me siento patético cada vez, sí. Lo único que me quedó de ese período fueron muchos recuerdos, que se desvanecen cada día que paso en soledad. Y esa soledad es un factor común para los que culean como deporte. En la cama de cada mina, entre sus brazos y sus piernas, no estaba realmente ahí. Mi cuerpo y, parcialmente, mi mente, estaban en el momento; pero la profundidad en que las penetraba no era ni cercana a la que ellas podían (ni pudieron) penetrar mi alma, mi verdadero ser. Y así todas pasaron, se quedaron un rato y se fueron de mi vida, para siempre, llevándose un pedazo de mí con ellas. Pedazos que nunca voy a recuperar.
¿Qué es ser latino, la verdad? Y, más seriamente, ¿qué mierda de bueno tiene? Todas esas características positivas que nos pintan encima vienen acompañadas de un montón de comportamientos tóxicos. Celos, machismo, violencia, infidelidad, mentira. Y esas fallas que vienen detrás de la etiqueta de nuestra exacerbada masculinidad tienen un precio tremendo, que nuestras potenciales víctimas/amantes pagarán y que, nosotros, acarrearemos a nuestras espaldas. Y esa carga, puta que pesa. Pesa toneladas y te mata a cada paso, en cada polvo, en cada cama. Y te conviertes en nada más que un pene atado a un huevón que lo mueve de un lado a otro, de un culo a otro. Y un pene es muy fácil de reemplazar, especialmente si el nuevo viene pegado a un hombre más interesante o, simplemente, más decente que tú. Y, un dato para que tengas en cuenta: los europeos, en promedio, tienen penes más grandes que los latinos. Así que ni en eso ganarías, si es que quieres entrar a competir.
De todas formas, me parece gracioso hablar de esto con tanta propiedad, considerando mi estado actual. Atrás quedaron los “días de gloria” y ahora estoy viviendo la resaca cabrona de aquel festival de decadencia moral y sexual. Aunque suene muy pacato y conservador, siento que de alguna forma estoy pagando por mis pecados. En mi viaje entre las sábanas y el calor de la carne, herí y dañé mucho. Fui un puto egoísta, no me importaba nada ni nadie. Y la vida se encargó de pasarme la cuenta y devolverme la mano.
La última vez que tuve sexo con mi ex fue el 25 de enero (el día de mi cumpleaños.) Ella fue, lejos, la mejor amante de mi vida. Un sexo salvaje, brutal. Cumplí todas mis fantasías (y mucho más) junto a ella. Ella era fuego, y ese fuego hizo arder mi pasión, pero también me quemó y carbonizó hasta la más ínfima molécula de mi ser. No ha sido todo malo, por suerte. Este martirio ha sido terriblemente doloroso, pero también me sacudió tan fuerte que me hizo despertar. Entendí plenamente todo el dolor que provoqué al ahora experimentarlo en carne propia. Ya estaba teniendo conflictos internos con mi comportamiento antes de conocer a mi ex, pero luego de esta relación he cambiado para nunca volver atrás.
Ahora soy una sombra de lo que solía ser. El sexo del que me sentí tan orgulloso y mi calidad de autoproclamado latinlover, se esfumaron. Hasta estoy probando eso del “no fap” (nada de pajas) hace dos semanas. Lejos quedaron los tiempos en que me paseaba de mina en mina tan fácilmente que parecía un chiste fome. Ahora ni yo mismo me hago terminar. No es fácil (¡me estoy volviendo loco!), pero de alguna forma estoy tratando de encontrar un nuevo camino. Si dejo de seguir a mi falo por un rato y enfoco mi energía en algo distinto, puede que tome el control de mi vida de nuevo. Quizás me limpie finalmente de todo el dolor que causé y me causaron.
Tal vez, en estas palabras, algún machito descubra que ese fantástico cuento que te venden del latinlover no es tan maravilloso como suena. Y, quién sabe, puede que este compadre no la cague tanto como yo para llegar a esta misma conclusión.

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