Trago

El mundo se cae a pedazos y yo me caigo a pedazos con él. La angustia diaria no me deja dormir, respirar, comer, masturbarme, sentir una pequeña pizca de paz o de sentido. Depresión, ansiedad, insomnio; todo mezclado en un cóctel con un alto contenido de alcohol y falta de decencia. A la mierda con todo. El Apocalipsis llegó.

Amantes van y vienen, arrancando fragmentos de mí en su breve paso por mi existencia. El sol se niega a brillar en Copenhague, ahogado por nubes grises, como las ojeras que se hunden bajo mis ojos. “Necesito un trago,” pienso. Es martes en la noche y da lo mismo. Ya nada importa un carajo.

“Entonces es tiempo de cambiar el chip. Nunca es tarde. Y sentirse bien con uno mismo… lo vale,” escribe mi mamá por Whatsapp. Recibo el mensaje con la apatía de siempre. Es fácil decir este tipo de cosas sin saber el profundo dolor que experimento día a día. Sin entender cómo mi ansiedad ha devastado mi mente y mi cuerpo, dejándome postrado dentro de una espiral eterna de mierda en mi cabeza.
“Me quiero a mí mismo, pero mi actitud frente a la vida es pesimista,” respondo. Seco.
“Exactamente, conque antes que alguien tire la cadena de tu WC emocional, cambia de actitud y no en decimales, hijo, sino en números enteros,” replica ella. Y me hace sonreír. Algo no muy común en estos instantes de oscuridad absoluta.
“Eres una mejor poetiza que yo,” escribo. Como saliendo de las tinieblas.

El trago puede esperar. Un día más.

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