Estaba bien, o eso creía. Ya han pasado casi 3 meses desde que mi última relación terminó y el fantasma de la pena ha vuelto a acosarme. No sé porqué exactamente, pero las últimas dos semanas no han sido buenas. Un dolor intermitente me ataca en el corazón, carcomiendo mi alma. He pensado bastante en ella. La música, los lugares, la gente, es como que todos confabularan para traerla de vuelta a mi mente. Es como si tuviéramos una deuda pendiente que el destino se está encargando de recordar. No sé. He tratado de sacar lo mejor de todo esto. Meditar. Reflexionar. ¿Cuál fue su misión en mi vida? ¿Por qué vino y se fue? ¿Para qué? He sacado algunas conclusiones, pero creo que no es el momento todavía de sacarlas a a luz. No aún. Los gringos tienen el concepto “soul mate”, que se traduciría como “compañero de alma.” Me encanta. Los latinos somos mucho más románticos y sólo usamos “mi alma gemela”, como si no hubiera otra persona más para nosotros en el mundo. Ella ya no está acá y probablemente nunca vuelva a verla. Sería terrible que de verdad ella haya sido LA mujer de mi vida. Significaría vivir por el resto de mis días en el vacío que siento ahora. Porque, pese a que ella ya no está, aún siento esa agradable sensación en el pecho de vez en cuándo, esa “conexión” que tenía cuando a veces hablábamos o simplemente nos quedábamos mirándonos fijamente a los ojos, mudos. Sé que debo aceptar mi pérdida y dejarla ir. Tener fe de que alguna vez tendré esa conexión con alguien más, y que ésta vez será por más tiempo. Por mientras sólo me queda sentir intensamente esta tristeza que invade mi ser, esperando que en algún momento este sentimiento pierda fuerza y se agote. Esperando que el próximo Viernes no sea triste. No de nuevo.