­Soltería 101 – Capítulo 11 – Baires love

Buenos Aires es una ciudad mágica. Claro, al decir esto suena como a campaña publicitaria, pero no está ni cerca de serlo. Verán, luego de los últimos eventos de estas semanas he llegado a convencerme de que esta urbe tiene algo místico, al menos para mí. A un poco más de 10 meses de haber terminado mi relación, he hecho y vivido demasiadas cosas. Si bien la mayoría ocurrió en Santiago de Chile, las que se han desarrollado u originado aquí parecen tener mucha más relevancia.

Sin importar si lo miro desde un punto de vista espiritual o absolutamente racional, todo parece indicar que la serie de eventos que comenzó cuando vine a Buenos Aires por primera vez, hace 8 meses, inevitablemente terminaría precisamente haciéndome retornar a esta ciudad, en circunstancias completamente distintas. Y con volver a esta ciudad me refiero con todo, incluida la misma hostal de la primera vez.

Cuando me atreví a cruzar la cordillera de los Andes, al poco tiempo de terminar, fui en busca de sexo. Sí, no les mentiré. Lo pasé muy bien, conocí mucha gente y bebí y festejé como si el mundo se fuera a acabar; pero lo que en realidad buscaba era sexo. Y, si bien no lo conseguí, todo lo demás que se dio en esta ciudad cambió mi vida. Terminar fue un golpe duro, del que me recuperé sólo luego de los 12 días de “tratamiento intensivo” que tuve en Baires. Pero la recuperación era sólo el comienzo. Lo que aprendí durante ese tiempo, más la gente que conocí, generó un gran cambio en mi forma de ser, mis expectativas y mi visión de mí mismo y el mundo.

Amigos de distintos lugares del mundo, a quiénes conocí en la hostal en la que me hospedé, se dieron una vuelta por Santiago. El verlos acá y hacer de guía turístico amateur por un rato, más el gusto de hablar en otro idioma (o con otro acento, cuando vino un amigo colombiano) me dejó una sensación muy agradable. Luego de eso pasé una crisis existencial y financiera enorme, sumada a una abstinencia sexual que me tenía desquiciado. Sin embargo, pese a que en el momento que pasaba todo se veía negro, inconscientemente caminaba hacia la luz. No, no estaba muriendo. De amor quizás, sin saberlo aún.

Cuando conocí a mi vikinga, todo empezó a tener sentido. Nuestra “relación” en Santiago tuvo altibajos muy marcados. Estar con ella era divino, pero sufría un infierno cuando chocaba con su muro de distancia física y emocional. Sin embargo, al estar con ella podía sumergirme en su mirada y ver de alguna forma que yo no era sólo sexo ni una aventura pasajera para ella. Pero, ¿valía la pena seguirla hasta el final?

Tuve el impulso de seguirla de inmediato, sorprenderla. Por primera vez en mi vida dejaría de lado mi cerebro y me dejaría guiar sólo por las entrañas. Pese a eso, fue mejor haberse detenido un rato y primero conversarlo con ella. Su hasta entonces excesiva racionalidad potenciaba la mía. Pero esta vez la racionalidad parecía contaminada por los sentimientos. “Si vienes para acá, esto pasará a ser algo mucho más serio” me dijo. El jueves, a tres días de su partida, la abracé fuerte y la besé en público, sin que a ella le importara como antes. Estaba en Buenos Aires, estaba hablando en serio.

En “la ciudad de la furia”, como la llamaba la banda de rock argentino Soda Stereo, tuve la mejor experiencia romántica de mi vida. No había indiferencia, ni distancia, ni ningún puto muro. La vikinga y yo nos entregamos al amor hasta el último instante. Día a día, minuto a minuto, viví un sueño. Poder mirarla, olerla, besarla, era maravilloso. Si a eso le sumamos el haber sobrevivido a la prueba de estar juntos 24/7 sin terminar odiándonos, no sé dónde se podría poner mejor. Pero parece que Buenos Aires sólo me quería de vuelta por un rato, así como el destino se encargó de mostrarme sólo un pedazo de una felicidad mucho más grande en algún lugar del futuro.

Hoy acaba de terminar una de las mejores semanas de mi existencia. Estoy de regreso en Santiago, en mi escritorio. De a poco mis pulmones se acostumbran al smog y me familiarizo rápidamente con lo que dejé atrás, en mi país. Mi vikinga a esta hora sigue volando hacia su ciudad natal en Noruega. Me es difícil mirar las fotos o simplemente hurgar en mi memoria reciente sin dejar salir un par de lágrimas. Mi amor se aleja de mí por un tiempo indefinido. Ahora comienza la prueba definitiva. ¿Seremos capaces de revivir esto en un lugar y tiempo aún sin definir? Toco mi pecho y lo aprieto con fuerza. No quiero que esta sensación se vaya de aquí. Aún así, pase lo que pase, siempre tendremos Buenos Aires.

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