Sábado. Me desperté a las putas 6 de la mañana, como un santo huevón. Corona de mierda que me tiene todo estresado. O quizás es la vida. La ex y el corazón sangrante. Los trámites para comprar mi departamento (una inversión ridícula, pensando que me voy a endeudar por como cien palos y veinticinco años.) El trabajo que me deja drenado, aunque lo haga desde la comodidad de mi sillón. Mi tobillo lesionado, que me sigue molestando. Puras huevadas.
Me serví un café muy fino, hecho en mi prensa francesa. Ustedes saben, uno se puede permitir estos lujos acá. Después de ver videos de mi horóscopo en YouTube (soy Acuario, obvio), sentí que debía hacer algo con mi vida. El sol no es garantizado por estos lares, así que ahora que estaba afuera, no podía quedarme en pijama.
Tomé mi bici y emprendí un mini viaje por Copenhague. Después de una media hora, terminé en un parque natural por Islands Brygge, muy cerca del centro. Y es ese uno de los privilegios a los que uno rápidamente se acostumbra por acá, pero apenas llega de vuelta a Santiago, echa de menos: una ciudad a escala humana, completamente hecha para andar en bicicleta.
En estos cinco años acá he tenido un montón de aventuras en que mi bici estuvo presente. Me saqué la chucha un par de veces, curado, volviendo de algún bar. Me escapé de la casa de alguna mina en medio de la noche, o crucé la ciudad en tiempo récord para juntarme con alguna, en mis días de latinlover. Y ahora, en que no puedo depender de mis piernas para caminar, la uso como bastón para seguir recorriendo las calles, persiguiendo el sol. Sin bicicleta, Copenhague no se aprovecha de verdad.
En mis días de ciclista en Santiago, arriesgué mi vida varias veces para ahorrarme algunos pesos en transporte público. Mi bicicleta allá era una mierda, mal pintada y con las ruedas todas chuecas. Aún así, hacía su trabajo. Ahora, mi bici no es la más linda tampoco, pero salva. No creo que atraiga las miradas de las chicas ni despierte la envidia de nadie, pero me lleva de un punto A a un punto B sin problemas, y más que eso no necesito.
Son esas cosas pequeñas que hacen diferencias enormes en la calidad de vida. No sé si algún día podré volver a Chile para quedarme. Me malacostumbré a los beneficios escandinavos. Los sueldos altos, las horas de trabajo cortas y la tranquilidad generalizada. Además, para que les voy a mentir: las mujeres chilenas me encuentran el hombre menos atractivo del mundo. No soy profeta en mi tierra y mi país reniega de mí. Qué injusticia, digo yo. Me estresé de nuevo. Voy a pedalear un rato para que se me pase.