Tener una experiencia cercana a la muerte no es agradable. Esos segundos en que todo ocurre parecen eternos y tienes más tiempo del que te gustaría para darte cuenta de que la situación en la que te encuentras es culpa de tu propia estupidez. Bueno, en realidad no puedo decir que esto es una ley y le ocurre a todos quienes pasan por algo similar, sólo hablo desde mi propia vivencia. ¿Pero qué viene después? No me morí. Estoy vivo. Mientras caía cerro abajo pude haber muerto de cientos de maneras distintas, pero me aferré a la vida con toda mi fuerza y le gané a la muerte. De hecho, mire a la Muerte, la Parca, a la cara y le dije “hoy no.” Salí de ese puto cerro en medio del desierto con un pie roto, arena en mis ojos y varios raspones en los brazos, pero salí. Viví para contar mi historia (todos los detalles acá) y ahora que ya la conté, estoy acá. Sentado en mi cama por ya un mes; período en el que tuve una cirugía, una depresión express, una Navidad extraña y un Año Nuevo bastante bueno, dadas las circunstancias.
He tenido mucho tiempo para pensar, lo que ha sido un arma de doble filo. El lado positivo es que necesitaba una pausa. Mi mente y mi corazón estaban desgastados. Todo esto del accidente me hizo detenerme y sacarme de encima el ruido de la vida diaria, de mi sufrimiento, y contemplar las cosas desde una distancia. Todo lo que antes parecía importante dejó de serlo; mis prioridades cambiaron radicalmente. Me hice instantáneamente más fuerte y resiliente. Además también fue bastante útil el analizar mi vida de los últimos meses; cada error, cada persona a la que dañé. Me sirvió a la vez para pedir perdón. ¿Quién se niega a perdonar a un lisiado? Por supuesto que hay un lado negativo. No poder moverme libremente me ha hecho dependiente de los demás. Mi orgullo se fue a la mierda, al igual que gran parte de mi diversión. Correr, andar en bicicleta o simplemente caminar… ¡Oh, sólo caminar! Qué acto más obvio para muchos que de pronto pasó a ser mi prioridad y mayor anhelo. Y claro, es en este clima que las penas del corazón a veces atacan con fuerza. Fantasmas que ya no puedo exorcizar con una caminata al aire libre o un rato en el gimnasio. No han sido muchas ocasiones, pero cuando han ocurrido, han sido momentos difíciles.
Pero es en estas horas de oscuridad en que también han surgido lecciones de vida muy importantes. Descubrí quienes realmente me quieren y están ahí para mí, y quienes no. Tuve muchas sorpresas agradables y un par de decepciones fuertes en este aspecto. De todas formas rescato más lo positivo. Me rodea gente hermosa, familiares y amigos. He creado un buen círculo alrededor mío y esto me hace sentirme satisfecho. No fui tan malo después de todo, pese a que esta caída parece ser obra del karma negativo acumulado durante 30 años de vida. Pudo haber sido peor. Se acerca el 25 de Enero y con éste llegará mi cumpleaños número 31. El único regalo que deseo es poder pararme en mis dos pies por primera vez, en ese momento, tras casi dos meses. Ponerme de pie, caminar un poco, quizás hacer un poco de breakdance… o sólo las primeras dos. Y así, parado, mirar las fotos que acompañan esta columna y verlas como lo que son: imágenes de un pasado que de a poco va quedando atrás, dejando más cosas positivas que negativas en mi vida.
PD: aunque igual no podré correr hasta el próximo año, lo que es una gran puta mierda, pero ya dice el dicho: “no puedes correr antes de caminar.” O de volver a caminar en mi caso.