No es un cliché. El 14 de Febrero, alias San Valentín y también conocido como “Día de los Enamorados” (“y de la Amistad”, para quienes no quieren sentirse patéticos por estar solos) es una fecha complicada. Echémosle una mirada al porqué.
Desde que las primeras hormonas comienzan a hacer efecto en nuestro organismo, por allá en la pubertad, sufrimos una mutación. No, no estoy hablando de los pelos al sur del ombligo o el cambio de voz. Me refiero al surgimiento de una hasta ese entonces inexplicable atracción por otras personas, que si bien en un 90% de las veces es más carnal que otra cosa, también se expresa con un ridículo romanticismo. Éste alcanza su cúspide este día, en el que la sensiblería se esparce más rápido que un apocalipsis zombie.
Si estamos solos, nos invade un sentimiento incómodo cada vez que nos encontramos con los protagonistas de esta celebración: los enamorados. Tratamos de evitarlos, huir de su presencia, pero están en todas partes: en la tele, la radio, la prensa, internet, y, sobre todo, en la calle. Se pasean por ahí, besuqueándose, tomados de la mano y con una cara de felicidad difícil de pasar por alto. Son una especie de recordatorio de nuestra soledad, y al odiarlos a ellos también nos detestamos un poco a nosotros mismos y nuestra situación actual.
Estar del otro lado tampoco es mejor. Claro, al exterior mostramos una imagen de alegría indescriptible, pero por dentro somos un manojo de nervios. Porque reconozcámoslo: también odiamos San Valentín. ¡Es un maldito estrés! El primero que compartimos con una nueva pareja es terrible, tenemos que hacer algo ultra romántico y especial, sorprender como sea. Lleva semanas de planificación, horas de preparación y varias noches de insomnio. Y con el tiempo no mejora. Si tu relación lleva años, este momento es casi más importante que tu aniversario. Es la oportunidad de limar todas las asperezas, arreglar las cosas e, incluso, intentar revivir la magia del pasado. Seguro que hay amor detrás de todo esto, pero queda opacado por la enorme carga emocional que nos ponemos encima.
Si los dos casos descritos arriba no son suficientes, pues hay un tercero y último, en el que me encuentro ahora: los recién terminados. Este es el escenario más complejo, ya que es una tormenta de sentimientos. Te libras de la presión insoportable de hacer algo este día, pero no necesariamente eres feliz. Sí, estás tranquilo, pero hay una pequeña parte de ti que añora esa angustia. Esta añoranza tiene distintos niveles. Los más altos llevan a ciertas personas a tomar medidas desesperadas para estar junto a alguien este 14 a cómo dé lugar, ignorando valores tan importantes como la dignidad o los Derechos Humanos. Como acompañantes desfilan uno o varios ex, amigos de Facebook, hombres elefantes y hasta seres mitológicos; pasando así a pertenecer a la categoría del “Kamikaze del Amor”.
Pero también hay otra opción, como el arte de hacerse el cool, el relajado. “Estoy solo y no me importa”, será el lema. ¿Panoramas? ¡Claro! Deportes extremos, experimentación con alcohol y drogas varias, y reuniones sociales con los amigos, la familia, ex compañeros de la primaria o la gente del Metro. Lo malo de esta postura es que agota, y bastante. Tienes que demostrarle a todos lo bien que dices estar y, además, creerlo tú mismo. Es la categoría más difícil, la del “Nihilista del Amor”. La mayoría de los nuevos solteros vagan en el medio de estas posturas, caminando en una peligrosa cuerda floja, con el riesgo de caer en cualquiera de los dos extremos más de una vez.
¿Qué opción tomaré hoy? Creo que partir por escribir esto ya es hacer algo. Bueno o malo, no lo sé aún. Pensaré en eso cuando llore abrazado a mi almohada hasta quedarme dormido esta noche.
…QUE MARICA!