Tras cuatro meses de crudo invierno y una primavera que parecía no llegar nunca, el sol por fin se ha posado sobre Copenhague. Es curioso como algo tan básico para mí en Santiago de Chile, sea una rareza acá en Dinamarca. Un día caminando por la calle en polera, ¿será mucho pedir? Acá, sí.
Pero, claro, el clima no es lo único a lo que me he debido adaptar. Una cultura muy distinta me rodea, un idioma de mierda que no puedo entender resuena como un ruido blanco en mis oídos y una vida social que me costado poder armar le agrega peso a mi andar. Pero, tras varios tropiezos, las cosas han ido mejorando. Ha sido muy, pero muy difícil. Mas, hay progreso.
Certeza. Para mí es un concepto bastante esquivo todavía. Qué hago aquí es una pregunta que no me he podido responder aún, ni mucho menos el por cuánto voy a seguir aquí tratando de descubrirlo. Pero aquí sigo. Y una sensación de vacío me acompaña a todas partes.
Nunca me sentí cómodo en Chile, en verdad. Siempre fui diferente. Tímido. Callado. Pensativo. Simplemente, distinto. La pésima relación de mis padres no me ayudo a tener una infancia ni adolescencia muy felices, además. Creo que, de hecho, me cagó bastante. Me fui hacia adentro de mi ser y me acoracé en mi interior. Me hice ajeno de sentimientos o emociones. Sólo vagaba. Sólo respiraba. Sólo me atragantaba en una asfixiante angustia reprimida por años.
Aquella quién creí era mi salvación, resultó ser una grave herida. Pero si algo de valor puedo darle a nuestra destructiva relación, fue el haberme sacado de mi estado inerte. Ella me ayudó a despertar a la vida, al amor, y, principalmente, al sufrimiento. Pero todos esos sentimientos, fusionados, son vivir. Ella me trajo a la vida, y el dolor del parto lo debí cargar por los años venideros.
Alejado de todos, cercano a nadie, he chocado contra muros y puertas. Algunos metafóricos, otros reales. Mi corazón ha vuelto a latir fuerte por instantes, y por breves respiros he sido feliz de nuevo. La pasión de labios, manos, miradas y sábanas no me ha sido ajena. Dicha, en gotas de sudor evaporadas de mi piel. Soledad, en eternas madrugadas insomnes.
El sol sigue ahí arriba, entrando fuerte por mi ventana. Solo, sentado en mi sofá, escribo estas últimas palabras. Una leve brisa fría me recuerda que aún sigo en Dinamarca. Inhalo profundo el aire helado y sonrío. Pronto volveré al que fue mi hogar. Pronto, el viento que soplará en mi rostro bajará desde los Andes. Quizás aquel sol del sur iluminará a un hombre con más respuestas que preguntas. Tal vez ese hombre sea yo.