Escandinavia. Capítulo 05: He culeado

ALERTA: no apto para mamás.
¡Hola a todos! (Y sí, aún me rehuso a usar lenguaje inclusivo. Pueden cancelarme cuándo quieran. Hagan de mi 2020 una peor experiencia de lo que ha sido hasta ahora. Millennials culeades.)
Continuemos.
Mi nombre es Eduardo Hernández y he culeado. Mucho y a muchas. He dedicado todos mis treintas (los últimos ocho años, para ser exactos) a una sola misión : culear lo más posible. Mientras más, mejor. Y no es que sea adicto al sexo. Al menos, no sólo eso (si es que eventualmente me catalogan de caliente patológico.) No. Lo que me motiva es la suma de años de bullying y las putas frases que me tatuaron en la cabeza durante mis años seminales en un colegio católico, donde sólo compartí con hombres en aquella dura etapa de la adolescencia.
Era (y sigo siendo) flaco, “afeminado” y sensible. “Nunca vas a culear,” me decían. Y tenían razón, al menos durante mi mi educación secundaria y los años posteriores. No sabía cómo chucha hablarle a las minas. Me avergonzaba y tartamudeaba cuando las cosas se ponían muy cercanas e íntimas. No podía decirles ni “Hola” sin ponerme rojo como tomate. Si a eso le sumamos todas mis trancas emocionales y el maldito sentimiento de inferioridad con respecto al macho, al latinlover que “debía” ser… Bueno, no era una buena combinación.
Mi papá no ayudó en este proceso, tampoco. Mi viejo es un cocha de su madre, un putazo. Se cagó a mi mamá en incontable ocasiones y, cuando no le estaba siendo infiel, la maltrataba física y psicológicamente. Mis hermanos y yo como diarios testigos de su violencia. Lo peor es que, pese a casi toda una vida de temerle y odiarle, no le guardo rencor. Ahora que lo veo viejo y hecho bolsa lo encuentro patético y me da lástima. Mi justificado resentimiento le ha dado paso a una compasión que el culeado no se merece, pero no puedo evitar concederle. El huevón me enseñó a odiar las mujeres y huir de cualquier tipo de compromiso. “¡No te casís nunca!” me decía, “Y ni se te ocurra tener hijos. Te van a cagar la vida.” Me tomó casi toda una vida entender que esos consejos no iban dirigidos hacia mí, sino a sí mismo en un pasado que no podía cambiar. Osea, mi papá se arrepiente cada día de haberme concebido a mí y a mis hermanos. ¡Gracias, viejo! Un grande.
Tengo muchas excusas, como verán, para justificar mi desastrosa vida afectiva. Fallo tras fallo, ruptura tras ruptura, abusando y siendo abusado. “¡Papá, me cagaste la vida! ¡Matones culeados, me cagaron la existencia!” Pero si no hago nada al respecto, teniendo plena conciencia de lo que me ha cagado, el único al que debo apuntar con el dedo es a mí mismo. Por ende, acá estamos. Haciendo terapia. Y culeando. O tratando de culear, hoy en día.
Pero, ¿qué sentido tiene follar como si no hubiera un mañana? Docenas de mujeres han pasado por mi cama y se han ido en un parpadeo de mi vida. Sólo quedan registradas como un número en mi memoria. Y si aunque lo pasé bien mientras aún no eran cubiertas bajo el velo del tiempo y la distancia, desvanecidas ya en el presente son más transparentes que el aire. Y mucho más inútiles. Al menos el aire contiene oxígeno y me mantiene vivo. Los números, en cambio, no sirven para nada. No te abrazan ni cobijan en la oscuridad de la noche, cuando cae el frío sobre las sábanas y cierras los ojos, pero no puedes dormir. No te acompañan en tus desayunos, almuerzos y onces en la soledad de la cuarentena. Una soledad que ya venías arrastrando antes del Corona. Y aunque encuentras una cierta satisfacción al entrar a Facebook y ver a los huevones que alguna vez fueron “Los Top” y te hicieron bullying en el colegio, reducidos a gordos pelados con hijos… Esos números que juntaste culeando no están leyendo el diario o trabajando en su computador a tu lado, mientras las horas pasan y las gotas de lluvia en tu ventana caen lentamente con el pasar de las horas.
El invierno escandinavo se siente más frío hoy. No es necesariamente triste, pero puta que se echa de menos a la familia y los amigos de la vida; mucho más ahora que la Navidad se acerca a pasos agigantados. He culeado, sí. Mucho y a muchas. Pero hoy envidio a quienes culearon poco, o nunca, y ahora no están en esta absoluta soledad en la que yo me encuentro ahora. Culear, amigos, está sobrevalorado. El “macho alfa” se queda solo al final de la película. Tienes suerte de no haberte quedado, como yo, hasta el final de los créditos para ver que no había una escena al final, sino sólo negro. Sólo oscuridad. Sólo silencio.
Prendan las luces y miren a su alrededor. ¿Tienes familia, amigos, pareja, hijos? Tienes suerte. Si alguna vez extrañas tu soltería, si miras para el lado y crees que no haber tomado aquellos compromisos y decisiones tan serias te dejaron cagado; piensa de nuevo. Culear, como ya dije, está demasiado sobrevalorado. Te lo digo yo, que he culeado.

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