Las cosas no han resultado fáciles. Con la “crisis de los 30” retumbando en mi cabeza y un panorama financiero difuso, el sumar la búsqueda de compañía femenina ha sido todo un desafío. Y yo que pensaba que con toda la experiencia adquirida en mis años emparejado esto de salir al mercado a cazar iba a ser un juego de niños. Pero no, el tema ha resultado ser mucho más complicado que mi pronóstico.
Cansado entonces de cagarla a cada rato, que es básicamente lo que he hecho los últimos meses, decidí buscar ayuda “profesional”. No, no me fui de putas. Acudí a varios personajes que respeto en el área de la conquista, e incluso tomé consejos de gente aleatoria, amateurs. Creo que estaba escribiendo en mi cabeza una especie de enciclopedia o manual de seducción. Aún así, la situación no mejoró, ya que el único gran consejo que se repitió transversalmente en todas las conversaciones que tuve, era inaplicable en mi realidad actual.
Sin importar a quién preguntara, inevitablemente surgía la frase “tienes que estar tranquilo.” Estas palabras, muy sencillas, eran la base de todo. Para mí sonaba totalmente lógico, ya que he visto más de alguna chica del brazo de un esperpento que, sin un ápice de belleza física, destacaba por su confianza. Es que esta característica en particular es la que separa a los ganadores de… bueno… yo.
Creerán a estas alturas que soy un alfeñique perdedor e inseguro, pero no es tan así. Mi gran problema es que me he visto atrapado en un círculo vicioso. Luego de toda esta mala racha, de esta sequía absoluta de contacto con el sexo opuesto, he entrado en una dinámica de ansiedad absoluta cuando se trata de relacionarme con chicas. Claro, la presión de aparentar una tranquilidad que en verdad no tengo es insoportable. De una forma u otra, termino estropeando cualquier interacción antes de que pase algo. Por supuesto que esto me jode la cabeza y me frustra, por lo que mis siguientes intentos con otras minas resultan infructuosos. ¿Y qué pasa ahí? Más frustración, más ansiedad y, obvio, mucha menos tranquilidad.
Como guinda de la torta, las mujeres parecen tener un maldito detector de intranquilidad. Hace un tiempo conocí a una mina que me habían garantizado que estaba prácticamente en celo y que se agarraría a cualquier cosa que respirara. Con la victoria asegurada, desplegué toda mi galantería y encantos para seducir a la joven en cuestión. Si bien no pasó nada esa noche, comprensible dado que las condiciones no se prestaban para un momento de intimidad, volví a mi casa lleno de esperanzas. A los días hablé con la amiga que me la presentó y le pregunté qué le había dicho la mina de mí. “Dijo que eras atractivo y simpático, pero no te tiraría ni loca” me respondió. “¿Por qué?” dije, sorprendido. “Porque dijo que se te olía la desesperación.”
Mierda. Osea, para cagarla más, no sólo soy un manojo de nervios por la falta de sexo, si no que además mi desesperación se huele a kilómetros a la redonda. Justo lo que me faltaba. Pero trataré de verle el lado positivo. Ahora que ya saben que apesto a desesperado, seré muy fácil de reconocer, así que sólo sigan el olor hasta encontrarme e invítenme a una cerveza. Les estaré eternamente agradecido.
PD: Intenté hacer esta columna en video, por el momento no ha funcionado la cosa. Pero no se preocupen, en algún momento Solterísimo TV será una realidad.